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Pero Domine…

¡Hola a todos!

Sé que con este post voy a romper la tendencia temática con la que os venía acostumbrando, pero es un tema que hace un tiempo lo estuve discutiendo con un amigo, y que recientemente ha vuelto a surgir. Además, si lo miro de otro lado, así descanso un poco (y vosotros también) de los cartagineses que, aunque sean interesantísimos, merecen un kit-kat. Pues bien, el tema de esta entrada versa sobre un aspecto muy, pero que muy concreto de la serie Spartacus, serie a la que dedique mi segundo post. Si todavía no lo has leído, ¿a qué estás esperando? Pincha aquí.

Bueno, a lo que vamos. Primero os planteo el quid de la cuestión:

Uno de los personajes de la serie, Batiato, patricio romano y  dueño de una casa, es nombrado durante toda la serie por sus esclavos como Domine (Señor). Ojo, subrayo en negrita la letra “d” para que se observe que la escribo en mayúscula, ya que la expresión “domine” actúa como nombre propio, al estar mal visto que un esclavo se dirigiera a su dueño por su nombre de pila. Pues bien, un amigo criticaba el uso de esta expresión, aduciendo que lo más correcto sería utilizar la expresión Dominus.

Ahí empezó el debate, pero recientemente un amigo me ha preguntado si los personajes de esta serie, al pronunciar determinados nombres propios, siguen las reglas lingüísticas del latín. Es decir, que si pronuncian correctamente el latín, tal y como lo deberían haber pronunciado los antiguos romanos (o como nosotros creemos que deberían haberlo pronunciado, que es muy distinto).  Así que ahora paso a comentaros mi opinión al respecto de estas cuestiones. Aviso, la cosa va de latín, pero no temáis. He intentado expresarme de tal manera que todos podáis entenderlo, y estoy casi seguro de que más de uno (y más de dos) vais a terminar este post sabiendo algo más de latín. ¡Allá vamos!

Domine es una forma declinada del sustantivo «dominus, domini», que significa Señor, para referirse a un pater familias.

Dominus, domini se declina por la 2º declinación, constituida casi exclusivamente por nombres masculinos y neutros, aunque también tiene algunos femeninos, como son los nombres de árboles.

Los sustantivos en latín se declinan en distintos casos, según el lugar que queremos que ocupe la palabra en la oración que estamos construyendo. Por tanto, para saber si una palabra está bien o mal declinada hay que atender al contexto, a lo que el locutor quería transmitir. La declinación se hace juntando la raíz de la palabra con el sufijo de cada caso, de la siguiente manera:

  • Si queremos que la palabra sea el sujeto de la oración (o el atributo en una oración con predicado nominal), la declinaremos en nominativo, y por tanto será DOMINUS (domin-us).

-Ej. El Señor (dominus) compra el pan.

  • Si queremos que la palabra sirva de llamamiento o invocación, la declinaremos en vocativo, y por tanto será DOMINE (domin-e).

-Ej. Señor (Domine), voy (yo) a comprar el pan.

  • Si queremos que sea complemento directo, lo declinaremos en acusativo, DOMINUM (domin-um).

-Ej. Crixo mira al Señor (dominum).

  • Si queremos que sea complemento del nombre, lo declinaremos en genitivo, DOMINI (domin-i).

-Ej. Crixo es un gladiador del Señor (domini).

  • Si queremos que sea complemento indirecto, lo declinaremos en dativo, DOMINO (domin-o).

-Ej. Dale 5 denarios al Señor (domino).

  • Si queremos que sea complemento circunstancial, lo declinaremos en ablativo, DOMINO (domin-o).

-Ej. Esa meretriz fue al mercado con el Señor (domino).

Es cierto que los nombres propios en latín se mencionan en nominativo: Tullius, Lucretia, Batiatus, Gaia, Marcus…, incluso Dominus (puesto que se puede equiparar a un nombre propio en determinados contextos, como cuando un esclavo se dirige a su dueño), pero sólo a efectos de presentación. Ej:

  • Soy Espartaco = Spartacus sum.
  • Es Espartaco = Spartacus est.

“Espartaco” se declinaría en nominativo, puesto que junto con el verbo sum (ser, estar, existir, haber) cumpliría la función de atributo. El sujeto sería “yo” o “él”, pero en latín estos pronombres quedan absorbidos por la forma verbal. Nótese también que los verbos se sitúan al final de la oración, y al traducirlo literalmente pareciera que estuviera hablando el Maestro Yoda (sí, soy un poco freak).

Sin embargo, si el nombre propio cumpliera cualquier otra función en la oración distinta a la mencionada anteriormente, éste debe declinarse en su declinación respectiva, como los demás sustantivos normales porque, si no, habría un caos de la leche cuando hablaban los romanos:

  • Ej. Batiato ama a Lucrecia = Batiatus (nominativo) Lucretiam (acusativo) amat.

Si los dos acabaran en nominativo (Batiatus Lucretia amat), no se sabría quién ama a quién.

Todo esto es de latín básico. El verdadero problema se produce cuando se mezclan distintas lenguas, en el caso de la serie, español y latín, y encima no se aclaran. Y aquí es donde yo digo “¡o chocolate, o magra, pero chocomagra, NO!”. O hablas en español, o hablas en latín, pero en latiñol, NO, porque no le entiende ni su madre.

Por ejemplo, todos los nombres propios los traducen al español (cosa que no está mal):

  • Crixus = Crixo / Batiatus = Batiato / Lucretia = Lucrecia.

Sin embargo, Dominus (Señor), que en el contexto de la serie hace referencia a un nombre propio, no lo traducen. Ese es el problema.

Las consecuencia de este problema es que no lo declinan (hacerlo sería confuso para el espectador), así que lo pronuncian SIEMPRE en la forma vocativa, Domine, porque es la que más emplean los personajes:

  • Ej. «Pero Domine, yo no pretendía…» / «Con mis debidos respetos, Domine, ese hombre…«).

Claro está que, al no declinarlo, hay veces en las que emplean la palabra con otras funciones que no son la de vocativo, incurriendo en incorrecciones:

  • Ej. «Ese esclavo pertenece a la casa de Domine«, siendo lo correcto: «Ese esclavo pertenece a la casa de Domini«.

En definitiva, el problema está en mezclar lenguas. Pero mi respuesta concreta a la pregunta inicial es, a la luz de todo lo dicho anteriormente, la siguiente: NO, no es incorrecto lingüísticamente (en la mayoría de los casos) cuando dicen en la serie «Domine». Pero lo que deberían haber hecho es, o poner todos los nombres propios en español, o todos en latín sin declinarlos (Dominus, Gannicus, etc…), como sí hacen en el doblaje original en inglés.

En fin, espero no haberos aburrido mucho, pero era un tema para mí espinoso y a la par interesante, y no me quedaba tranquilo sin compartirlo con todos vosotros en este blog… ¡qué “pa´eso” es mío, leñe! ¡Hasta la próxima!

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Spartacus, Dioses del Entretenimiento

¡Hola a todos!

Se que llevo algo de tiempo sin realizar ninguna aportación nueva al blog, pero la verdad es que mi intención es que cada entrada esté lo mejor documentada posible, y eso conlleva un tiempo razonable de estudio e investigación. Si además le añadimos que tengo conjugar todo esto con el resto de mis quehaceres cotidianos, pues ya os haréis una idea.

Mi intención es que esta entrada sirva a modo de introducción de la siguiente, la cual espero que sea la primera de una larga lista dedicada, casi en exclusiva, a analizar distintos aspectos históricos de una serie actual que para mí es mítica y, a veces, bastante incomprendida. Se llama Spartacus, y va por su tercera temporada (Sangre y Arena, Dioses de la Arena, y Venganza). Para conocer todos los detalles técnicos de la serie, pincha aquí.

Anfiteatro de Capua.

La serie Spartacus, del canal Starz, versa sobre la Tercera Guerra Servil que acaeció entre los años 73 y 71 a. C, en la que un número creciente de esclavos, al mando de un gladiador-general llamado Espartaco (Spartacus en latín), se enfrentó a la República Romana. La serie se centra en la figura de Spartacus, el líder de la rebelión junto a Cricsus y Oenomaus, y en una serie de tramas personales que se van tejiendo a su alrededor y que no tienen evidencia histórica de haber sucedido. Pero esto es entendible, puesto que los espectadores necesitan algo más que datos meramente históricos, a saber: una trama amorosa en la que se vea implicado el protagonista, con unos tintes de pasión y traición a partes iguales; varias tramas secundarias, para no cansar demasiado a los televidentes; un antagonista malévolo y desquiciado que justifique las acciones del protagonista; etc…. Aquél que sólo busque una lección de historia, mejor que se compre un libro.

No voy a entrar de momento a analizar el tratamiento que la serie hace de los acontecimientos históricos sucedidos durante la Tercera Guerra Servil, puesto que sería una tarea larga y meticulosa, de modo que lo dejo para más adelante. Lo que sí me gustaría analizar son los motivos por los que he escogido esta serie como foco de esta entrada y de las sucesivas, y por que suscita en mí tanto interés.

Para empezar, el motivo principal es lo bien documentada y realizada que está la serie. No me refiero a que los hechos que se narran se corresponden enteramente con los hechos históricos, porque eso es otro cantar, y como ya he dicho antes, será objeto de una entrada más adelante. Me refiero a que la serie refleja fielmente muchísimos aspectos de la vida romana (si bien algunos los exagera), e introduce una serie de elementos, en ocasiones muy sutiles, en los que se hace evidente que ha habido una labor de investigación histórica (aunque sólo sea mínima) detrás de las cámaras, y que no tiene precedentes. Spartacus, lejos de entrener o deleitar la vista y el oído, también instruye. Y eso se agradece. Por citar un solo ejemplo, Spartacus es la primera serie/película que refleja la institución del Sacramentum Gladiatorum, si bien no con demasiada exactitud, y añadiendo una dosis adicional de dramatismo. Pero algo es algo.

En segundo lugar, que la serie sea instructiva y bien documentada es un dato objetivo, es decir, es así con independencia del espectador. Pero ello no significa que tenga que ser entretenida, puesto que ya nos adentramos en los gustos de cada cual, y para gustos los colores. Así que este motivo es puramente subjetivo, y es que a mí Spartacus me parece tremendamente entretenida e interesante. Nada puede ser más estimulante que la historia de uno de los personajes más épicos de la historia de la Humanidad, y si además la engalanamos con toda la parafernalia del vasto mundo de los gladiadores, pues ya es que “me desorino”, como dicen algunos andaluces.

En tercer lugar, el elenco de actores que participa en esta serie es formidable, desde un  maravilloso y siempre recordado Andy Whitfield† (Espartaco), pasando por un increíble Jhon Hannah (Batiato), hasta un icono de mi infancia y la de muchas personas, Lucy Lawless, que para mí ha dejado de ser “Xena, la princesa guerrera”. Ahora y para siempre será “Lucrecia, la mujer de Batiato”. Sólo por verla merece la pena la serie.

En cuarto lugar, la producción de Spartacus es impecable, creando unas escenas y ambientes en los que uno desearía perderse para siempre, y logrando una estética visualmente fascinante. Las escenas de combate en la pequeña arena de Capua o en su anfiteatro son, sencillamente, sublimes, aunque se abuse quizás un poco de la estética acuñada por la película 300, recurriendo a unos efectos especiales que a veces resultan de una calidad bastante mejorable.

Para acabar, el último motivo por el que me gusta tanto esta serie es, curiosamente, el mismo motivo que esgrimen aquellos que detestan la misma para justificar su disgusto: las escenas sexuales y violentas. Reconozco que, en general, hay un exceso de este tipo de escenas que convierten a Spartacus en una serie no sólo no apta para menores de 18 años, sino para todo aquel que no pueda soportar escenas de sexo explícito (rozando lo pornográfico) o escenas de una violencia extrema (rozando lo “gore”). Pero este exceso no tiene por qué ser malo necesariamente, convirtiéndose así en un motivo invalidante de la serie.

Personalmente, yo ya estaba un poquitín “harto” de la típica imagen de la sociedad romana en general y del ciudadano romano en particular ofrecida por las series y películas, y a la que tanto nos tienen acostumbrados. La imagen del romano político, jurídico, ético, correcto y, en definitiva, convencional. Spartacus vino a salvar esta situación, mandando literalmente “al carajo” todo convencionalismo histórico o tabú contemporáneo, y revistiéndose de un manto que resulta tan provocador, morboso y visceral que, para algunos, ralla en lo desagradable. Y eso es lo bueno, que para bien o para mal, no deja indiferente.

Ya me iba apeteciendo a mí contemplar y, por qué no decirlo, regocijarme con esa otra cara de la sociedad romana que resulta hasta detestable,  pero que forma parte de la historia: la violencia desmesurada de los ludi gladiatorii, la opulencia y los excesos de los patricios, los vicios indecibles de los lupanares, el despotismo de las clases privilegiadas hacia los esclavos, el desenfreno y el frenesí de las orgías y bacanales, la casi plena potestad del pater familias respecto de sus alieni iuris, etc….

En fin, aunque resulte una clásica incorrección histórica que el cine y la literatura han perpetuado, quiero acabar esta entrada de la manera que habría sido oportuno empezarla…

Ave, Imperator Caesar. Morituri te salutant”. ¡Hasta la próxima!

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