Cartago

Cartago, esa gran desconocida (II)

¡Hola a todos!

Esta entrada, como ya aventuré en la anterior, está dedicada exclusivamente a dos partes de la ciudad de Cartago, las defensas y las instalaciones portuarias que tanta fama daría a los cartagineses. Sin embargo, he creído conveniente enlazarlos con otros dos temas pues, de no hacerlo, temo que quedarían incompletos. Me refiero a las fuerzas militares y navales de Cartago. Sé que resulta algo extenso, pero confío que resulte interesante, así que… ¡al ataque!

Colina de Birsa, en Cartago.

Como expliqué en mi anterior entrada, la ciudad de Cartago se erigía sobre un promontorio coronado por la fortaleza de Birsa. Desde ella se desplegaban a lo largo de la ladera, y conectando con los puertos, los aristocráticos barrios de Magón y Salambó. Por último, y limitando con las murallas de la ciudad, se encontraba el arrabal, Megara. Tras este barrio se levantaba la primera de tres murallas de piedra, de 25 m. de altura y 10 m. de ancho, y a unos 4 km. de la costa. A lo largo de cada segmento de las tres murallas se sucedían varias casamatas o cuarteles, con capacidad para guarnecer unos 24.000 infantes, 4.000 jinetes y 300 elefantes.

A pesar de que Cartago no contaba con un ejército disciplinado y homogéneo, tal y como se observaba en Roma, el ejército cartaginés resultó ser una poderosa fuerza que logró derrotar en muchas ocasiones a sus enemigos. Se trataba de un ejército estable y permanente compuesto por mercenarios a sueldo, pagados con moneda acuñada en la misma Cartago, y procedentes de todos los pueblos y naciones subyugados por Cartago. No obstante, estaban siempre dirigidos por generales y oficiales que procedían de la aristocracia cartaginesa. Aunque mayoritariamente el ejército cartaginés estaba constituido por mercenarios, también contaba con unidades púnicas propias y con tropas auxiliares de las distintas colonias que rendían tributo a Cartago.

Como ya se ha podido observar, el ejército cartaginés era bastante heterogéneo, y ni siquiera compartían la lengua púnica (variedad del fenicio hablado en Cartago), lo que en algunas ocasiones produjo desorganización entre sus filas, al menos hasta la llegada del general Amílcar Barca en el año 241 a. C. Sin embargo, el gran éxito de este ejército tan variopinto radicaba, precisamente, en que reunía lo mejor de las distintas naciones del Mediterráneo, y lo aunaba en una sola potencia militar casi perfecta. En un principio Cartago contó con:

Hoplitas luchando en una cerámica griega del s. VII a. C.

  • Infantes procedentes de África, Libia y Numidia, pueblos que destacaban por su gran fiereza.
  • Infantería ligera procedente de Córcega y Cerdeña (corsos y sardos).
  • Lanceros griegos y macedonios, conocidos como hoplitas. Eran temidos y respetados por su disciplina y su gran habilidad en el manejo de la lanza, demostrándolo en numerosas ocasiones, como en la batalla de las Termópilas.
  • Carros de guerra fenicios, chipriotas y asirios.
  • Elefantes asiáticos y africanos. Aunque su uso se remontan a la época del rey indio Poros, en Europa ya fueron utilizados por Alejandro Magno. Los cartagineses emplearon estos poderosos paquidermos en sus estrategias bélicas, destrozando las formaciones enemigas y minando la moral de sus ejércitos, poco o nada acostumbrados a luchar contra este tipo de animales. Cada elefante llevaba un mahout (conductor) y una torre con una guarnición de tres hombres: un arquero, un lancero y un oficial. Aníbal, en su campaña de los Alpes durante la Segunda Guerra Púnica, gustaba de irrumpir en la batalla montado sobre un elefante.

Caballería e infantería celtibérica.

  • Jinetes fenicios, númidas y celtíberos, por aquel entonces, la mejor caballería del Mediterráneo. No es de extrañar, pues en sus tierras se criaban los mejores caballos de la Antigüedad, a saber: los de Anatolia, Berbería e Hispania.

A partir de la llegada al poder del general Amílcar Barca en el año 241 a. C., con la consiguiente invasión y conquista de Hispania, el ejército cartaginés empezó a contar con:

  • Escaramuzadores lusitanos, expertos en la llamada “guerra de guerrillas”, y que tantos quebraderos de cabeza trajeron a Roma incluso después de la conquista de Hispania por los romanos tras la Segunda Guerra Púnica.
  • Honderos baleáricos.
  • Infantería pesada procedente de la Galia, reclutada durante la campaña de Aníbal a través de los Alpes en la Segunda Guerra Púnica.
  • Infantería de pueblos itálicos reclutados por Aníbal durante la Segunda Guerra Púnica (samnitas, lucanos, campanios…).

El único cuerpo militar formado exclusivamente por soldados cartagineses era la aristocrática Guardia Sagrada y la Unidad de Caballería Púnica, compuestos por la nobleza cartaginesa especialmente entrenada para el combate, y con la misión encomendada de proteger al general en las batallas.

Sin embargo, lo que hacía verdaderamente fascinante a Cartago era su impresionante puerto artificial, una maravillosa obra de ingeniería, y cuyo conocimiento nos ha llegado a través de Apiano. Se trataba de una estructura fortificada y amurallada, y formada por dos puertos: uno mercantil y otro militar. Ambos puertos estaban unidos por un estrecho canal navegable y una única comunicación con el mar de unos 23 m. de anchura, que podía cerrarse con cadenas de hierro. Dicho acceso conducía al puerto mercantil, construido de forma rectangular, y desde donde Cartago comerciaba con sus colonias del Mediterráneo. Desde este puerto, a través de un estrecho canal, se accedía al puerto militar, una estructura con forma redonda y conectada mediante una pasarela con una isla artificial en el centro. En esta isla, a una altura superior a la de los muros, se encontraba la residencia del almirante de Cartago, que le permitía tener una perfecta panorámica de los puertos y del mar abierto, y así poder dar señales a la flota.

Magnífica recreación por ordenador del antiguo puerto de Cartago.

El puerto militar servía de astillero naval para la fabricación en serie de los barcos más poderosos de la época: las tetreras y las penteras cartaginesas. Esta producción masiva de barcos era posible gracias a los numerosos hangares con diques para la construcción de embarcaciones, sobre los cuales se localizaban los almacenes de aparejos. El puerto contaba con 140 diques en todo el perímetro y 30 diques en la isla central, teniendo en cuenta que en cada dique cabían dos barcos. Si hacemos las cuentas, Cartago podía tener en sus astilleros la increíble cifra de 340 barcos, con lo que resulta entendible porque se adueñaron del Mediterráneo.

A pesar de todo lo expuesto anteriormente, Cartago se hizo con la hegemonía del Mediterráneo gracias no sólo al sorprendente  número de buques que construyeron en serie, sino también a la calidad de éstos, ya que lograron perfeccionar la que hasta ese momento era la embarcación más poderosa del Mediterráneo: el trirreme fenicio, una embarcación rápida, ágil y eficaz, con tres filas de remeros superpuestas, un espolón en la quilla para romper el casco de los barcos enemigos y un armazón de proa para facilitar el abordaje de la tropa de a bordo (corvo). Los cartagineses mejoraron el legado fenicio creando la tetrera (cuatrirreme), un trirreme con dos remeros en el tercer remo de cada fila, y posteriormente creando la pentera (quinquerreme), un trirreme con dos remeros en el segundo y tercer remo de cada fila. La tripulación de la pentera estaba formada por unos 420 hombres: 120 soldados, que protegían la borda con sus escudos, y 300 marineros, de los cuales 270 eran remeros.

Recreación infográfica de una pentera cartaginesa.

Si sumamos a la invencible flota de penteras los grandes conocimientos de navegación y astronomía que los cartagineses aprovecharon de los fenicios, y que éstos a su vez heredaron de los caldeos, entenderemos por qué fueron los “reyes del mar”. Es más, me atrevo a decir que si los romanos no hubieran conseguido construir numerosas réplicas de penteras cartaginesas (gracias a la captura de una embarcación intacta en torno al año 264 a. C., según el historiador griego Polibio), jamás habrían derrotado a Cartago. Pero eso nunca lo sabremos…. ¡ah!, antes de acabar, y como ya hizo el sabio Vegecio, creo que es el mejor momento para daros este consejo: “si vis pacem, para bellum”. ¡Hasta la próxima!

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Cartago, esa gran desconocida (I)

¡Hola a todos!

Llevo mucho tiempo preparando una serie de entradas sobre la historia de la ciudad romana de Itálica, desde su fundación por los romanos tras la batalla de Ilipa contra los cartagineses en el año 207 a. C., hasta su declive. No obstante, creo que es conveniente no sólo para comprender bien la magnitud de los hechos, sino también para disfrutarlos, dedicar una o más entradas a uno de los imperios, para mí, más interesantes de la historia antigua: el imperio cartaginés.

Ruinas de Cartago, en Túnez.

A veces parece que se olvida que Cartago fue la primera potencia marítima, militar y económica del Mediterráneo Occidental durante más de 500 años. Dicha hegemonía fue rebatida por Roma en la Primera Guerra Púnica en el año 264 a. C., desencadenaría dos guerras más y acabaría con la terrible destrucción de Cartago en el año 146 a. C. Pero eso es adelantar acontecimientos, ya que la entrada de hoy versa sobre la fundación de la ciudad de Cartago, capital del imperio púnico, así que ¡vamos allá!

Dido y Eneas, según la reinterpretación romana.

Según la leyenda original, absteniéndonos de la apropiación y adulteración tan típicamente romana tras la destrucción de Cartago por los romanos, Cartago fue fundada por la princesa Dido o Elisa,  hermana de Pigmalión, rey de Tiro. Éste rey ansiaba las riquezas de Siqueo, un sacerdote del templo de Melkart, por lo que hizo que su hermana se casara con él y le revelara la ubicación de dichas riquezas, pero ésta le indicó a su hermano una falsa ubicación y huyó. Pigmalión mandó unos sicarios a buscar el tesoro y matar a Siqueo, sin embargo, para entonces Dido ya se había embarcado junto con su hermana Ana, algunos seguidores y las riquezas de su difunto esposo rumbo a las costas del norte de África a través del Mediterráneo.

«Dido enseña Cartago a Eneas», por Claude Lorrain (s. XVII).

Al llegar a tierras libias, Dido topó con la tribu de los gétulos, y solicitó al rey Jarbas tierras para fundar su propia ciudad. Lógicamente el rey libio denegó tal solicitud, y como gesto de burla le concedió el terreno que abarcara una piel de toro. Dido, haciendo uso de su astucia e ingenio, cortó la piel del toro en finísimas tiras, tan estrechas como para rodear un enorme espacio de tierra, donde construyó en lo alto de una colina una fortaleza llamada Birsa, que posteriormente se convirtió en una ciudad a la que llamaría Qart Hadasht, que en púnico significa “ciudad nueva”. Los romanos la conocerían como Cartago.

Ruinas de las termas de Cartago.

 

Sin embargo, la historia real nos dice que Cartago fue fundada entre los años 846 y 813 a. C., en la actual Tunicia por una expedición enviada por el rey de Tiro, la ciudad fenicia más poderosa e influyente del Mediterráneo. Cartago se encontraba situada en un istmo privilegiado, sobre un promontorio existente entre el lago de Túnez y la laguna Sebkah er-Riana, que desembocaba en mar abierto. Se trataba de una ciudad estratégicamente construida, con unas defensas impenetrables y un puerto que resultaba una auténtica maravilla de la ingeniería en la antigüedad. La ciudad, de arquitectura y urbanismo claramente númidos y helenísticos, estaba dividida en tres partes, y se desarrollaba en torno a la inexpugnable ciudadela de Birsa, situada en la colina homónima, y el templo de Eshmún. Desde este bastión se controlaba toda la ciudad y los alrededores, y suponía un último reducto de resistencia en caso de asedio.

Eshmún, dios sanador fenicio.

Melkart, deidad sincrética fenicia.

La segunda parte de la ciudad se encontraba en la ladera de la colina, cerca de los puertos de la ciudad, y estaba compuesta por varios barrios, entre los que destacan el barrio de Magón, donde residía la aristocracia cartaginesa, y el barrio de Salambó, que era el centro neurálgico de la ciudad y estaba conectado al puerto comercial a través de tres avenidas descendentes. En este barrio se encontraba el foro principal, las termas, el senado de la ciudad y el tofet o área sagrada donde se concentraban la mayoría de los templos, como los consagrados a Tanit y a Melkart (que por cierto, su templo en Gades dio origen al mito de las columnas de Hércules, pero eso es otro tema). Todo ello convertía a Salambó en el centro político, económico y religioso de Cartago.

La tercera y última parte de la ciudad se componía del enorme barrio suburbial de Megara, donde vivía gran parte de la población menos pudiente, y donde se cultivaba la tierra y criaba el ganado.

Las defensas de Cartago y lo relativo al distrito portuario merecen una entrada dedicada, así que… ¡hasta la próxima!

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