Pero Domine…

¡Hola a todos!

Sé que con este post voy a romper la tendencia temática con la que os venía acostumbrando, pero es un tema que hace un tiempo lo estuve discutiendo con un amigo, y que recientemente ha vuelto a surgir. Además, si lo miro de otro lado, así descanso un poco (y vosotros también) de los cartagineses que, aunque sean interesantísimos, merecen un kit-kat. Pues bien, el tema de esta entrada versa sobre un aspecto muy, pero que muy concreto de la serie Spartacus, serie a la que dedique mi segundo post. Si todavía no lo has leído, ¿a qué estás esperando? Pincha aquí.

Bueno, a lo que vamos. Primero os planteo el quid de la cuestión:

Uno de los personajes de la serie, Batiato, patricio romano y  dueño de una casa, es nombrado durante toda la serie por sus esclavos como Domine (Señor). Ojo, subrayo en negrita la letra “d” para que se observe que la escribo en mayúscula, ya que la expresión “domine” actúa como nombre propio, al estar mal visto que un esclavo se dirigiera a su dueño por su nombre de pila. Pues bien, un amigo criticaba el uso de esta expresión, aduciendo que lo más correcto sería utilizar la expresión Dominus.

Ahí empezó el debate, pero recientemente un amigo me ha preguntado si los personajes de esta serie, al pronunciar determinados nombres propios, siguen las reglas lingüísticas del latín. Es decir, que si pronuncian correctamente el latín, tal y como lo deberían haber pronunciado los antiguos romanos (o como nosotros creemos que deberían haberlo pronunciado, que es muy distinto).  Así que ahora paso a comentaros mi opinión al respecto de estas cuestiones. Aviso, la cosa va de latín, pero no temáis. He intentado expresarme de tal manera que todos podáis entenderlo, y estoy casi seguro de que más de uno (y más de dos) vais a terminar este post sabiendo algo más de latín. ¡Allá vamos!

Domine es una forma declinada del sustantivo «dominus, domini», que significa Señor, para referirse a un pater familias.

Dominus, domini se declina por la 2º declinación, constituida casi exclusivamente por nombres masculinos y neutros, aunque también tiene algunos femeninos, como son los nombres de árboles.

Los sustantivos en latín se declinan en distintos casos, según el lugar que queremos que ocupe la palabra en la oración que estamos construyendo. Por tanto, para saber si una palabra está bien o mal declinada hay que atender al contexto, a lo que el locutor quería transmitir. La declinación se hace juntando la raíz de la palabra con el sufijo de cada caso, de la siguiente manera:

  • Si queremos que la palabra sea el sujeto de la oración (o el atributo en una oración con predicado nominal), la declinaremos en nominativo, y por tanto será DOMINUS (domin-us).

-Ej. El Señor (dominus) compra el pan.

  • Si queremos que la palabra sirva de llamamiento o invocación, la declinaremos en vocativo, y por tanto será DOMINE (domin-e).

-Ej. Señor (Domine), voy (yo) a comprar el pan.

  • Si queremos que sea complemento directo, lo declinaremos en acusativo, DOMINUM (domin-um).

-Ej. Crixo mira al Señor (dominum).

  • Si queremos que sea complemento del nombre, lo declinaremos en genitivo, DOMINI (domin-i).

-Ej. Crixo es un gladiador del Señor (domini).

  • Si queremos que sea complemento indirecto, lo declinaremos en dativo, DOMINO (domin-o).

-Ej. Dale 5 denarios al Señor (domino).

  • Si queremos que sea complemento circunstancial, lo declinaremos en ablativo, DOMINO (domin-o).

-Ej. Esa meretriz fue al mercado con el Señor (domino).

Es cierto que los nombres propios en latín se mencionan en nominativo: Tullius, Lucretia, Batiatus, Gaia, Marcus…, incluso Dominus (puesto que se puede equiparar a un nombre propio en determinados contextos, como cuando un esclavo se dirige a su dueño), pero sólo a efectos de presentación. Ej:

  • Soy Espartaco = Spartacus sum.
  • Es Espartaco = Spartacus est.

“Espartaco” se declinaría en nominativo, puesto que junto con el verbo sum (ser, estar, existir, haber) cumpliría la función de atributo. El sujeto sería “yo” o “él”, pero en latín estos pronombres quedan absorbidos por la forma verbal. Nótese también que los verbos se sitúan al final de la oración, y al traducirlo literalmente pareciera que estuviera hablando el Maestro Yoda (sí, soy un poco freak).

Sin embargo, si el nombre propio cumpliera cualquier otra función en la oración distinta a la mencionada anteriormente, éste debe declinarse en su declinación respectiva, como los demás sustantivos normales porque, si no, habría un caos de la leche cuando hablaban los romanos:

  • Ej. Batiato ama a Lucrecia = Batiatus (nominativo) Lucretiam (acusativo) amat.

Si los dos acabaran en nominativo (Batiatus Lucretia amat), no se sabría quién ama a quién.

Todo esto es de latín básico. El verdadero problema se produce cuando se mezclan distintas lenguas, en el caso de la serie, español y latín, y encima no se aclaran. Y aquí es donde yo digo “¡o chocolate, o magra, pero chocomagra, NO!”. O hablas en español, o hablas en latín, pero en latiñol, NO, porque no le entiende ni su madre.

Por ejemplo, todos los nombres propios los traducen al español (cosa que no está mal):

  • Crixus = Crixo / Batiatus = Batiato / Lucretia = Lucrecia.

Sin embargo, Dominus (Señor), que en el contexto de la serie hace referencia a un nombre propio, no lo traducen. Ese es el problema.

Las consecuencia de este problema es que no lo declinan (hacerlo sería confuso para el espectador), así que lo pronuncian SIEMPRE en la forma vocativa, Domine, porque es la que más emplean los personajes:

  • Ej. «Pero Domine, yo no pretendía…» / «Con mis debidos respetos, Domine, ese hombre…«).

Claro está que, al no declinarlo, hay veces en las que emplean la palabra con otras funciones que no son la de vocativo, incurriendo en incorrecciones:

  • Ej. «Ese esclavo pertenece a la casa de Domine«, siendo lo correcto: «Ese esclavo pertenece a la casa de Domini«.

En definitiva, el problema está en mezclar lenguas. Pero mi respuesta concreta a la pregunta inicial es, a la luz de todo lo dicho anteriormente, la siguiente: NO, no es incorrecto lingüísticamente (en la mayoría de los casos) cuando dicen en la serie «Domine». Pero lo que deberían haber hecho es, o poner todos los nombres propios en español, o todos en latín sin declinarlos (Dominus, Gannicus, etc…), como sí hacen en el doblaje original en inglés.

En fin, espero no haberos aburrido mucho, pero era un tema para mí espinoso y a la par interesante, y no me quedaba tranquilo sin compartirlo con todos vosotros en este blog… ¡qué “pa´eso” es mío, leñe! ¡Hasta la próxima!

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Cartago, esa gran desconocida (II)

¡Hola a todos!

Esta entrada, como ya aventuré en la anterior, está dedicada exclusivamente a dos partes de la ciudad de Cartago, las defensas y las instalaciones portuarias que tanta fama daría a los cartagineses. Sin embargo, he creído conveniente enlazarlos con otros dos temas pues, de no hacerlo, temo que quedarían incompletos. Me refiero a las fuerzas militares y navales de Cartago. Sé que resulta algo extenso, pero confío que resulte interesante, así que… ¡al ataque!

Colina de Birsa, en Cartago.

Como expliqué en mi anterior entrada, la ciudad de Cartago se erigía sobre un promontorio coronado por la fortaleza de Birsa. Desde ella se desplegaban a lo largo de la ladera, y conectando con los puertos, los aristocráticos barrios de Magón y Salambó. Por último, y limitando con las murallas de la ciudad, se encontraba el arrabal, Megara. Tras este barrio se levantaba la primera de tres murallas de piedra, de 25 m. de altura y 10 m. de ancho, y a unos 4 km. de la costa. A lo largo de cada segmento de las tres murallas se sucedían varias casamatas o cuarteles, con capacidad para guarnecer unos 24.000 infantes, 4.000 jinetes y 300 elefantes.

A pesar de que Cartago no contaba con un ejército disciplinado y homogéneo, tal y como se observaba en Roma, el ejército cartaginés resultó ser una poderosa fuerza que logró derrotar en muchas ocasiones a sus enemigos. Se trataba de un ejército estable y permanente compuesto por mercenarios a sueldo, pagados con moneda acuñada en la misma Cartago, y procedentes de todos los pueblos y naciones subyugados por Cartago. No obstante, estaban siempre dirigidos por generales y oficiales que procedían de la aristocracia cartaginesa. Aunque mayoritariamente el ejército cartaginés estaba constituido por mercenarios, también contaba con unidades púnicas propias y con tropas auxiliares de las distintas colonias que rendían tributo a Cartago.

Como ya se ha podido observar, el ejército cartaginés era bastante heterogéneo, y ni siquiera compartían la lengua púnica (variedad del fenicio hablado en Cartago), lo que en algunas ocasiones produjo desorganización entre sus filas, al menos hasta la llegada del general Amílcar Barca en el año 241 a. C. Sin embargo, el gran éxito de este ejército tan variopinto radicaba, precisamente, en que reunía lo mejor de las distintas naciones del Mediterráneo, y lo aunaba en una sola potencia militar casi perfecta. En un principio Cartago contó con:

Hoplitas luchando en una cerámica griega del s. VII a. C.

  • Infantes procedentes de África, Libia y Numidia, pueblos que destacaban por su gran fiereza.
  • Infantería ligera procedente de Córcega y Cerdeña (corsos y sardos).
  • Lanceros griegos y macedonios, conocidos como hoplitas. Eran temidos y respetados por su disciplina y su gran habilidad en el manejo de la lanza, demostrándolo en numerosas ocasiones, como en la batalla de las Termópilas.
  • Carros de guerra fenicios, chipriotas y asirios.
  • Elefantes asiáticos y africanos. Aunque su uso se remontan a la época del rey indio Poros, en Europa ya fueron utilizados por Alejandro Magno. Los cartagineses emplearon estos poderosos paquidermos en sus estrategias bélicas, destrozando las formaciones enemigas y minando la moral de sus ejércitos, poco o nada acostumbrados a luchar contra este tipo de animales. Cada elefante llevaba un mahout (conductor) y una torre con una guarnición de tres hombres: un arquero, un lancero y un oficial. Aníbal, en su campaña de los Alpes durante la Segunda Guerra Púnica, gustaba de irrumpir en la batalla montado sobre un elefante.

Caballería e infantería celtibérica.

  • Jinetes fenicios, númidas y celtíberos, por aquel entonces, la mejor caballería del Mediterráneo. No es de extrañar, pues en sus tierras se criaban los mejores caballos de la Antigüedad, a saber: los de Anatolia, Berbería e Hispania.

A partir de la llegada al poder del general Amílcar Barca en el año 241 a. C., con la consiguiente invasión y conquista de Hispania, el ejército cartaginés empezó a contar con:

  • Escaramuzadores lusitanos, expertos en la llamada “guerra de guerrillas”, y que tantos quebraderos de cabeza trajeron a Roma incluso después de la conquista de Hispania por los romanos tras la Segunda Guerra Púnica.
  • Honderos baleáricos.
  • Infantería pesada procedente de la Galia, reclutada durante la campaña de Aníbal a través de los Alpes en la Segunda Guerra Púnica.
  • Infantería de pueblos itálicos reclutados por Aníbal durante la Segunda Guerra Púnica (samnitas, lucanos, campanios…).

El único cuerpo militar formado exclusivamente por soldados cartagineses era la aristocrática Guardia Sagrada y la Unidad de Caballería Púnica, compuestos por la nobleza cartaginesa especialmente entrenada para el combate, y con la misión encomendada de proteger al general en las batallas.

Sin embargo, lo que hacía verdaderamente fascinante a Cartago era su impresionante puerto artificial, una maravillosa obra de ingeniería, y cuyo conocimiento nos ha llegado a través de Apiano. Se trataba de una estructura fortificada y amurallada, y formada por dos puertos: uno mercantil y otro militar. Ambos puertos estaban unidos por un estrecho canal navegable y una única comunicación con el mar de unos 23 m. de anchura, que podía cerrarse con cadenas de hierro. Dicho acceso conducía al puerto mercantil, construido de forma rectangular, y desde donde Cartago comerciaba con sus colonias del Mediterráneo. Desde este puerto, a través de un estrecho canal, se accedía al puerto militar, una estructura con forma redonda y conectada mediante una pasarela con una isla artificial en el centro. En esta isla, a una altura superior a la de los muros, se encontraba la residencia del almirante de Cartago, que le permitía tener una perfecta panorámica de los puertos y del mar abierto, y así poder dar señales a la flota.

Magnífica recreación por ordenador del antiguo puerto de Cartago.

El puerto militar servía de astillero naval para la fabricación en serie de los barcos más poderosos de la época: las tetreras y las penteras cartaginesas. Esta producción masiva de barcos era posible gracias a los numerosos hangares con diques para la construcción de embarcaciones, sobre los cuales se localizaban los almacenes de aparejos. El puerto contaba con 140 diques en todo el perímetro y 30 diques en la isla central, teniendo en cuenta que en cada dique cabían dos barcos. Si hacemos las cuentas, Cartago podía tener en sus astilleros la increíble cifra de 340 barcos, con lo que resulta entendible porque se adueñaron del Mediterráneo.

A pesar de todo lo expuesto anteriormente, Cartago se hizo con la hegemonía del Mediterráneo gracias no sólo al sorprendente  número de buques que construyeron en serie, sino también a la calidad de éstos, ya que lograron perfeccionar la que hasta ese momento era la embarcación más poderosa del Mediterráneo: el trirreme fenicio, una embarcación rápida, ágil y eficaz, con tres filas de remeros superpuestas, un espolón en la quilla para romper el casco de los barcos enemigos y un armazón de proa para facilitar el abordaje de la tropa de a bordo (corvo). Los cartagineses mejoraron el legado fenicio creando la tetrera (cuatrirreme), un trirreme con dos remeros en el tercer remo de cada fila, y posteriormente creando la pentera (quinquerreme), un trirreme con dos remeros en el segundo y tercer remo de cada fila. La tripulación de la pentera estaba formada por unos 420 hombres: 120 soldados, que protegían la borda con sus escudos, y 300 marineros, de los cuales 270 eran remeros.

Recreación infográfica de una pentera cartaginesa.

Si sumamos a la invencible flota de penteras los grandes conocimientos de navegación y astronomía que los cartagineses aprovecharon de los fenicios, y que éstos a su vez heredaron de los caldeos, entenderemos por qué fueron los “reyes del mar”. Es más, me atrevo a decir que si los romanos no hubieran conseguido construir numerosas réplicas de penteras cartaginesas (gracias a la captura de una embarcación intacta en torno al año 264 a. C., según el historiador griego Polibio), jamás habrían derrotado a Cartago. Pero eso nunca lo sabremos…. ¡ah!, antes de acabar, y como ya hizo el sabio Vegecio, creo que es el mejor momento para daros este consejo: “si vis pacem, para bellum”. ¡Hasta la próxima!

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Cartago, esa gran desconocida (I)

¡Hola a todos!

Llevo mucho tiempo preparando una serie de entradas sobre la historia de la ciudad romana de Itálica, desde su fundación por los romanos tras la batalla de Ilipa contra los cartagineses en el año 207 a. C., hasta su declive. No obstante, creo que es conveniente no sólo para comprender bien la magnitud de los hechos, sino también para disfrutarlos, dedicar una o más entradas a uno de los imperios, para mí, más interesantes de la historia antigua: el imperio cartaginés.

Ruinas de Cartago, en Túnez.

A veces parece que se olvida que Cartago fue la primera potencia marítima, militar y económica del Mediterráneo Occidental durante más de 500 años. Dicha hegemonía fue rebatida por Roma en la Primera Guerra Púnica en el año 264 a. C., desencadenaría dos guerras más y acabaría con la terrible destrucción de Cartago en el año 146 a. C. Pero eso es adelantar acontecimientos, ya que la entrada de hoy versa sobre la fundación de la ciudad de Cartago, capital del imperio púnico, así que ¡vamos allá!

Dido y Eneas, según la reinterpretación romana.

Según la leyenda original, absteniéndonos de la apropiación y adulteración tan típicamente romana tras la destrucción de Cartago por los romanos, Cartago fue fundada por la princesa Dido o Elisa,  hermana de Pigmalión, rey de Tiro. Éste rey ansiaba las riquezas de Siqueo, un sacerdote del templo de Melkart, por lo que hizo que su hermana se casara con él y le revelara la ubicación de dichas riquezas, pero ésta le indicó a su hermano una falsa ubicación y huyó. Pigmalión mandó unos sicarios a buscar el tesoro y matar a Siqueo, sin embargo, para entonces Dido ya se había embarcado junto con su hermana Ana, algunos seguidores y las riquezas de su difunto esposo rumbo a las costas del norte de África a través del Mediterráneo.

«Dido enseña Cartago a Eneas», por Claude Lorrain (s. XVII).

Al llegar a tierras libias, Dido topó con la tribu de los gétulos, y solicitó al rey Jarbas tierras para fundar su propia ciudad. Lógicamente el rey libio denegó tal solicitud, y como gesto de burla le concedió el terreno que abarcara una piel de toro. Dido, haciendo uso de su astucia e ingenio, cortó la piel del toro en finísimas tiras, tan estrechas como para rodear un enorme espacio de tierra, donde construyó en lo alto de una colina una fortaleza llamada Birsa, que posteriormente se convirtió en una ciudad a la que llamaría Qart Hadasht, que en púnico significa “ciudad nueva”. Los romanos la conocerían como Cartago.

Ruinas de las termas de Cartago.

 

Sin embargo, la historia real nos dice que Cartago fue fundada entre los años 846 y 813 a. C., en la actual Tunicia por una expedición enviada por el rey de Tiro, la ciudad fenicia más poderosa e influyente del Mediterráneo. Cartago se encontraba situada en un istmo privilegiado, sobre un promontorio existente entre el lago de Túnez y la laguna Sebkah er-Riana, que desembocaba en mar abierto. Se trataba de una ciudad estratégicamente construida, con unas defensas impenetrables y un puerto que resultaba una auténtica maravilla de la ingeniería en la antigüedad. La ciudad, de arquitectura y urbanismo claramente númidos y helenísticos, estaba dividida en tres partes, y se desarrollaba en torno a la inexpugnable ciudadela de Birsa, situada en la colina homónima, y el templo de Eshmún. Desde este bastión se controlaba toda la ciudad y los alrededores, y suponía un último reducto de resistencia en caso de asedio.

Eshmún, dios sanador fenicio.

Melkart, deidad sincrética fenicia.

La segunda parte de la ciudad se encontraba en la ladera de la colina, cerca de los puertos de la ciudad, y estaba compuesta por varios barrios, entre los que destacan el barrio de Magón, donde residía la aristocracia cartaginesa, y el barrio de Salambó, que era el centro neurálgico de la ciudad y estaba conectado al puerto comercial a través de tres avenidas descendentes. En este barrio se encontraba el foro principal, las termas, el senado de la ciudad y el tofet o área sagrada donde se concentraban la mayoría de los templos, como los consagrados a Tanit y a Melkart (que por cierto, su templo en Gades dio origen al mito de las columnas de Hércules, pero eso es otro tema). Todo ello convertía a Salambó en el centro político, económico y religioso de Cartago.

La tercera y última parte de la ciudad se componía del enorme barrio suburbial de Megara, donde vivía gran parte de la población menos pudiente, y donde se cultivaba la tierra y criaba el ganado.

Las defensas de Cartago y lo relativo al distrito portuario merecen una entrada dedicada, así que… ¡hasta la próxima!

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¡Cave canem!

¡Hola a todos!

En un principio esta entrada iba a estar dedicada a los cartagineses, una de las potencias enemigas de la República Romana más importante de la historia. Pero las circunstancias de las últimas semanas, y sobre todo las de ayer, me han obligado a posponerla en pos de esta entrada dedicada a un ser muy querido para mí. Por ello, este post está dedicado a los perros en la Antigua Roma. No obstante, haré un recorrido desde la domesticación del lobo hasta la concepción del perro como mascota, que se consolidó durante el Imperio Romano.

Aunque en un primer momento podría deducirse que la existencia de un vínculo entre los perros y las personas es un fenómeno contemporáneo, en realidad tiene una larga historia en el mundo occidental y también en otras culturas. Es más, el perro fue el primer animal domesticado de la historia de la humanidad.

Lobo Gris actual.

El antepasado más inmediato del perro común es el lobo gris, y sería una subespecie de éste, según la comparación de los mapas genéticos de ambas especies. La evidencia fósil más antigua de un perro domesticado corresponde a unos 31.700 años, y fue encontrada en la cueva Goyet en Bégica, en 2008. De todos modos, existen evidencias arqueológicas que demuestran que el lobo gris ya estaba asociado con los humanos hace 100.000 años.

Lo que en un principio comenzara como una rivalidad entre el lobo gris y los primeros hombres, con el tiempo se convertiría en una relación de beneficio muto entre ambas especies, siendo esta relación posible gracias a la domesticación del lobo gris. Actualmente, los investigadores han alcanzado un consenso casi absoluto acerca de que es muy posible que esta domesticación del lobo gris empezara más por la adaptación espontánea de este al acercarse a vivir junto al hombre que por la voluntad humana.  Esto se debe a que vivir junto al hombre siempre fue ventajoso para el lobo. Un lobo viviendo en una comunidad humana, aún en la Antigüedad, podía alimentarse con menos esfuerzo que uno salvaje, podía vivir en mejores condiciones y disfrutar del afecto y cuidado humano. El hombre, en un primer momento, se demostraría incapaz de impedir que los lobos se introdujeran en sus aldeas y tuvieran allí a sus cachorros. Con el tiempo, llegaría a darse cuenta de las grandes utilidades que podría reportarle el lobo, y comenzaría a domesticarlo. El lobo era útil como ayuda en la caza y para defender al grupo y su morada, ya que cuenta con un olfato, oído y resistencia muy superiores a los hombres. Poco a poco, el hombre los adaptó a sus necesidades, creando diferentes razas para las distintas labores y características ambientales y geográficas.

Heracles acercándose a Cerbero, en una de sus «Doce Pruebas».

Esta relación tan especial dio lugar también a una divinización de este animal (y de otros)  por parte del hombre en las primeras religiones politeístas, otorgándole a determinadas deidades los rasgos del perro.

En la mitología griega, en el reino infernal de Hades, tras cruzar el río Estigia en la barca de Caronte, el encargado de vigilar las puertas del infierno era un perro demoníaco de tres cabezas, llamado Cerbero. Cerbero representa la cualidad del perro de buen guardián y vigilante. Homero en la Odisea destaca la fidelidad del perro de Ulises, Argos, ya que fue el único que reconoció a su amo cuando regresó a su patria, Ítaca, con ropaje de vagabundo tras su periplo epopéyico.

Dios egicio Anubis.

En la mitología egipcia, al dios de los rituales fúnebres, Anubis, se le representa con cabeza de chacal y cuerpo de lebrel.

Animales Tótem.

No obstante, la mayor expresión de esta divinización se produjo en el totemismo, una forma primitiva de religión, en la que un animal de una determinada especie era considerado como antepasado común de los animales vivos de la misma especie y de los hombres del clan o de la tribu.

Aparentemente los griegos fueron los primeros en adoptar al perro no sólo por su utilidad práctica, como se hacía hasta entonces, sino por el simple valor de su compañía o disfrute del dueño. Fue entonces cuando surgió la noción de “mascota”. No obstante, fue durante la época romana imperial cuando se produjo el auge de esta tendencia, dada la opulencia de un estamento privilegiado, los patricios.

En el Imperio Romano ya existían algunas de las razas de perros que se conocen actualmente, y cada una tenía su propia función. Por ejemplo, para las cacerías se utilizaban a los veloces galgos, mientras que los poderosos mastines se empleaban para la guerra o para los ludi venatorii, espectáculos de caza celebrados por las mañanas en los anfiteatros. En cualquiera de los casos, los perros no convivían en los mismos habitáculos que los ciudadanos romanos. Sin embargo, como ya he comentado, la clase privilegiada por excelencia, los patricios, gustaba de tener perros domésticos, es decir, que podían convivir con ellos en la domus (vivienda romana de los patricios), y cuyo valor residía no en su utilidad, sino en su compañía, y la historia nos ha dejado muchas huellas de ello. La descripción que el poeta romano Marco Valerio Marcial hace de la perra de su amigo Publio, Issa, lo refleja con una belleza y claridad incomparable. Dice Marcial:

«Issa es más pura que un beso de paloma, más cariñosa que todas las muchachas, más preciosa que las perlas de la India… Para que su última hora no se la llevara del todo, Publio reprodujo su imagen en un cuadro en el que verás una Issa tan parecida que ni siquiera la misma Issa se parecía tanto a sí misma».

Sin palabras. Del mismo modo, el mosaico de la entrada de la Casa del Poeta Trágico en Pompeya refleja a un perro sujeto con una cadena, y la inscripción latina “cave canem”, que significa “cuidado con el perro”.

Célebre «cave canem» de Pompeya.

En fin, ya los romanos se deleitaban con todo lo que un perro podía aportar a la vida de un ser humano, del mismo modo que mi perrita “Yesi”, una tierna Yorkshire Terrier, nos ha brindado más de 15 años de cariño, lealtad y enorme felicidad a mí y a mi familia. Ha estado conmigo desde que tengo uso de razón, y ha sido un miembro más de la familia. Nos dejó tan sólo hace dos días. Que este post sirva de tributo a Yesi por todos los años que nos ha hecho felices, y que nosotros la hemos querido. El poeta latino Marco Valerio Marcial no pudo expresarlo mejor.

No habría mejor forma de acabar esta entrada que con las siglas “STTL” que los romanos ponían en las lápidas de sus difuntos, y que significaban “sit tibi terra levis”, es decir, “que la tierra te sea leve”.

Yesi, 4/4/1997 – 23/10/2012.

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Spartacus, Dioses del Entretenimiento

¡Hola a todos!

Se que llevo algo de tiempo sin realizar ninguna aportación nueva al blog, pero la verdad es que mi intención es que cada entrada esté lo mejor documentada posible, y eso conlleva un tiempo razonable de estudio e investigación. Si además le añadimos que tengo conjugar todo esto con el resto de mis quehaceres cotidianos, pues ya os haréis una idea.

Mi intención es que esta entrada sirva a modo de introducción de la siguiente, la cual espero que sea la primera de una larga lista dedicada, casi en exclusiva, a analizar distintos aspectos históricos de una serie actual que para mí es mítica y, a veces, bastante incomprendida. Se llama Spartacus, y va por su tercera temporada (Sangre y Arena, Dioses de la Arena, y Venganza). Para conocer todos los detalles técnicos de la serie, pincha aquí.

Anfiteatro de Capua.

La serie Spartacus, del canal Starz, versa sobre la Tercera Guerra Servil que acaeció entre los años 73 y 71 a. C, en la que un número creciente de esclavos, al mando de un gladiador-general llamado Espartaco (Spartacus en latín), se enfrentó a la República Romana. La serie se centra en la figura de Spartacus, el líder de la rebelión junto a Cricsus y Oenomaus, y en una serie de tramas personales que se van tejiendo a su alrededor y que no tienen evidencia histórica de haber sucedido. Pero esto es entendible, puesto que los espectadores necesitan algo más que datos meramente históricos, a saber: una trama amorosa en la que se vea implicado el protagonista, con unos tintes de pasión y traición a partes iguales; varias tramas secundarias, para no cansar demasiado a los televidentes; un antagonista malévolo y desquiciado que justifique las acciones del protagonista; etc…. Aquél que sólo busque una lección de historia, mejor que se compre un libro.

No voy a entrar de momento a analizar el tratamiento que la serie hace de los acontecimientos históricos sucedidos durante la Tercera Guerra Servil, puesto que sería una tarea larga y meticulosa, de modo que lo dejo para más adelante. Lo que sí me gustaría analizar son los motivos por los que he escogido esta serie como foco de esta entrada y de las sucesivas, y por que suscita en mí tanto interés.

Para empezar, el motivo principal es lo bien documentada y realizada que está la serie. No me refiero a que los hechos que se narran se corresponden enteramente con los hechos históricos, porque eso es otro cantar, y como ya he dicho antes, será objeto de una entrada más adelante. Me refiero a que la serie refleja fielmente muchísimos aspectos de la vida romana (si bien algunos los exagera), e introduce una serie de elementos, en ocasiones muy sutiles, en los que se hace evidente que ha habido una labor de investigación histórica (aunque sólo sea mínima) detrás de las cámaras, y que no tiene precedentes. Spartacus, lejos de entrener o deleitar la vista y el oído, también instruye. Y eso se agradece. Por citar un solo ejemplo, Spartacus es la primera serie/película que refleja la institución del Sacramentum Gladiatorum, si bien no con demasiada exactitud, y añadiendo una dosis adicional de dramatismo. Pero algo es algo.

En segundo lugar, que la serie sea instructiva y bien documentada es un dato objetivo, es decir, es así con independencia del espectador. Pero ello no significa que tenga que ser entretenida, puesto que ya nos adentramos en los gustos de cada cual, y para gustos los colores. Así que este motivo es puramente subjetivo, y es que a mí Spartacus me parece tremendamente entretenida e interesante. Nada puede ser más estimulante que la historia de uno de los personajes más épicos de la historia de la Humanidad, y si además la engalanamos con toda la parafernalia del vasto mundo de los gladiadores, pues ya es que “me desorino”, como dicen algunos andaluces.

En tercer lugar, el elenco de actores que participa en esta serie es formidable, desde un  maravilloso y siempre recordado Andy Whitfield† (Espartaco), pasando por un increíble Jhon Hannah (Batiato), hasta un icono de mi infancia y la de muchas personas, Lucy Lawless, que para mí ha dejado de ser “Xena, la princesa guerrera”. Ahora y para siempre será “Lucrecia, la mujer de Batiato”. Sólo por verla merece la pena la serie.

En cuarto lugar, la producción de Spartacus es impecable, creando unas escenas y ambientes en los que uno desearía perderse para siempre, y logrando una estética visualmente fascinante. Las escenas de combate en la pequeña arena de Capua o en su anfiteatro son, sencillamente, sublimes, aunque se abuse quizás un poco de la estética acuñada por la película 300, recurriendo a unos efectos especiales que a veces resultan de una calidad bastante mejorable.

Para acabar, el último motivo por el que me gusta tanto esta serie es, curiosamente, el mismo motivo que esgrimen aquellos que detestan la misma para justificar su disgusto: las escenas sexuales y violentas. Reconozco que, en general, hay un exceso de este tipo de escenas que convierten a Spartacus en una serie no sólo no apta para menores de 18 años, sino para todo aquel que no pueda soportar escenas de sexo explícito (rozando lo pornográfico) o escenas de una violencia extrema (rozando lo “gore”). Pero este exceso no tiene por qué ser malo necesariamente, convirtiéndose así en un motivo invalidante de la serie.

Personalmente, yo ya estaba un poquitín “harto” de la típica imagen de la sociedad romana en general y del ciudadano romano en particular ofrecida por las series y películas, y a la que tanto nos tienen acostumbrados. La imagen del romano político, jurídico, ético, correcto y, en definitiva, convencional. Spartacus vino a salvar esta situación, mandando literalmente “al carajo” todo convencionalismo histórico o tabú contemporáneo, y revistiéndose de un manto que resulta tan provocador, morboso y visceral que, para algunos, ralla en lo desagradable. Y eso es lo bueno, que para bien o para mal, no deja indiferente.

Ya me iba apeteciendo a mí contemplar y, por qué no decirlo, regocijarme con esa otra cara de la sociedad romana que resulta hasta detestable,  pero que forma parte de la historia: la violencia desmesurada de los ludi gladiatorii, la opulencia y los excesos de los patricios, los vicios indecibles de los lupanares, el despotismo de las clases privilegiadas hacia los esclavos, el desenfreno y el frenesí de las orgías y bacanales, la casi plena potestad del pater familias respecto de sus alieni iuris, etc….

En fin, aunque resulte una clásica incorrección histórica que el cine y la literatura han perpetuado, quiero acabar esta entrada de la manera que habría sido oportuno empezarla…

Ave, Imperator Caesar. Morituri te salutant”. ¡Hasta la próxima!

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Bienvenidos

¡Hola a todos!

Mucho tiempo ha pasado desde que se me ocurrió por primera vez hacer este blog, pero por una cosa o por otra continuamente lo he ido dejando pasar…hasta ahora. Me gustaría compartir con vosotros por qué nace todo este embrollo, y agradecer así de paso a aquellas personas que contribuyeron a afianzar mi pasión por la historia antigua, y también a forjarme como persona.

Desde que tenía uso de razón siempre me ha provocado mucha curiosidad el fenómeno histórico, es decir, la sucesión de acontecimientos a lo largo del tiempo, y como los llegamos a conocer a través de las huellas que van dejando. Esta curiosidad era lógica y entendible, puesto que mi padre (o padrazo, mejor dicho) me regaló, cuando yo calzaba los 6 años, el primer fascículo de la legendaria colección Dinosaurios, de Planeta DeAgostini, con un precio de 195 pesetas (qué añorados tiempos aquellos…). Cuando empecé a comprender la condición social inherente al ser humano, mi interés por la historia de los dinosaurios fue derivando a la historia de la humanidad.

Siempre he sido un freak de la historia del mundo antiguo y de la arqueología, así en general, si bien es cierto que tenía cierta predilección por la cultura grecolatina, y más concretamente por la helénica. Ésto se debe a cierto día, cuando tenía 11 años, en el que mi madre me regaló un libro que vio en una librería, y que pensó que me gustaría: Pequeño Atlas de la Mitología Griega. Ahí es nada. Gracias, mamá.

Mi pequeña estantería fue creciendo poco a poco de obras clásicas y de libros de divulgación, llenándose mi habitación de míticos y asombrosos personajes: Zeus, Ulises, Hera, Tántalo, y toda la pandilla.

El gran hito en esta afición sucedió cuando entré en el bachillerato de humanidades y empecé a profundizar en las que fueron mis materias favoritas: latín, griego, historia del arte, cultura clásica….Grandes recuerdos guardo de todas ellas, pero fue una profesora la que provocó en mí una fascinación casi catártica por la cultura romana, y la que me descubrió por vez primera el Conjunto Arqueológico de Itálica. Era mi profesora de latín, Isa. Mi gratitud eterna para ella, por su gran calidad como docente y más como persona.

A partir de ahí fui adentrándome cada vez más en la cultura romana y profundizando en el yacimiento arqueológico de Itálica, leyendo y estudiando casi toda la bibliografía existente. La Universidad y, sobretodo, el Derecho Romano y los grupos de investigación, hicieron el resto.

Desde entonces, cada vez que entro en Itálica me siento «como si estuviera en mi hogar». No hay palabras que describan mejor y con más exactitud mis sentimientos hacia este enclave histórico y esta maravillosa civilización. Por eso llevo un par de años dedicándome a organizar visitas al Conjunto Arqueológico de Itálica, al Teatro Romano de Itálica y a la Necrópolis de Carmona. Y porque creo que para descubrir un lugar como éste, lo mejor es ir de la mano de alguien no sólo que lo conoce, sino que lo ama y lo siente como suyo.

Álvaro dixit. =)

«La historia es maestra de la vida y testigo de los tiempos» .(Cicerón)

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